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jueves, 15 de julio de 2010

La voz de Lila

A mediados de los noventa, un abogado le entregó a Olivier Orban, de la editorial francesa Plon, el manuscrito de La voz de Lila: estaba escrito a mano en dos cuadernos Clairefontaine de tapas rojas. El editor fue informado de que el autor de la novela, Chimo, era un joven de 19 años hijo de inmigrantes árabes que estaba en ese momento en la cárcel y que deseaba permanecer en el anonimato.
La excepcional calidad del relato hundió a Orban en un mar de dudas acerca de su autoría, pero finalmente le decidió a publicarlo. El debate acerca de la verdadera identidad de Chimo se extendió entonces a toda la prensa cultural francesa.
Años después, seguimos sin saber nada de Chimo —que publicó una segunda novela, J’ai peur—, pero la opinión general sigue siendo que tal nombre no era más que un seudónimo tras el que se ocultaba un autor reconocido. La lista de candidatos es interminable: Ravalec, Tournier, Pennac, Moix, Picouly, Queffélec, Serguine, Blier, Bercoff o el mismo Olivier Orban.
Por lo que sabemos, como se decía en las páginas de Le Figaro, La voz de Lila podría haber sido escrito por «un novelista experimentado o un autor clandestino sin papeles, pero en todo caso, por un escritor».

«Me llega, y leo con placer e interés, La voz de Lila, una novela francesa que cuenta la vida, la muerte y la jodienda en un suburbio árabe de París. Supera con mucho el realismo sucio americano o español, cultiva una secreta poesía de la intensidad conseguida mediante el detalle, el conocimiento profundo, la sensación de vividura, una prosa salvaje y una Lolita porno y tercermundista, Lila, que comunica al lector los olores y encantos naturales de una adolescencia maldita, misteriosa y viciosilla. Gran libro, distinto de todo lo que se hace en francés o en español, que aquí parece no haber leído nadie. Este Chimo, real o fingido, escribe un francés mutilado, muy expresivo, improvisado y eficacísimo.» Francisco Umbral

En una ruinosa banlieue francesa, habitada básicamente por inmigrantes árabes, sólo hay una cosa por la que a Chimo le merezca la pena vivir: Lila. Es como una aparición en medio del desierto; la piel blanca, el pelo rubio, virginal, y a la vez increíblemente audaz y provocadora. Chimo recoge todas sus palabras, sus encuentros y sus juegos cargados de intensidad erótica en unos cuadernos de letra apretujada y llenos de tachones.
Los mismos cuadernos que, al parecer, llegaron a una editorial francesa de parte de su autor, del que a día de hoy seguimos sin saber nada (¿es realmente el protagonista de la historia?, ¿o un autor enmascarado?). Sólo tenemos estas páginas, sinceras y crudas, que nos hablan de la intensidad con la que se puede vivir el amor en mitad de la más absoluta desolación, y que constituyen a su vez un turbador relato de la vida en los márgenes del mundo.
   Ya ves que tengo cara de ángel, lo dice todo el mundo. Mira mis ojos claros y azules, darías hasta la camisa por ellos. Y de mi voz qué te voy a contar, ya la conoces. No, en serio, mírame la boca. ¿Me ves la boca? ¿La ves bien? ¿Te has dado cuenta de lo pequeñita que es? ¿A que es increíble?
    ¿El qué? ¿Qué es increíble?
    Que una boca tan pequeña se pueda tragar una polla gorda.

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